domingo, 19 de noviembre de 2017

LA ABSURDA MUERTE DEL SEÑOR TAPITA

Como cada día (aun fuera sábado o domingo) el despertador sonaba a las cinco 50 de la mañana. Muy madrugador era el señor Tapita.

De lunes a viernes trabajaba en el departamento de contabilidad de una empresa que estaba cerca del Hospital los Ángeles, allá por la calle División del Norte. Entraba a las 08:00 horas, así que al sonar la alarma de su reloj Casio, la apagaba, tomaba la ducha y al salir de ella se ponía sus calzones Fruit of the Loom, calcetín ejecutivo, su playera interior blanca y sus pantuflas de cuadritos rojos con negro, en tan elegante facha se hacía su desayuno.

Antes de salir de su casa rumbo al trabajo, se veía en el espejo de cuerpo entero que tenía en la habitación contigua a su dormitorio, cabe mencionar que el señor Tapita era muy vanidoso, siempre vestía de saco y corbata, los viernes lo hacía más casual, era el fin de la semana laboral.

Buenos días señor Tapita, era la primer frase del día que escuchaba; antes de llegar a su trabajo hacía una escala para comprar el Siglo de Torreón y un Andati en el Oxxo que está a un lado de su trabajo, eran 15 para los ocho y así era siempre, todos los días, aun fuera sábado o domingo, 7:45 de la mañana, el ticket registraba su compra.

Buenos días señor Tapita, muy buenos días amigo mío, saludaba al guardia que estaba siempre con sus botas lustrosas cuidando la puerta del edificio donde trabajaba.

Bueno días señor Tapita, muy buenos días Estelita, siempre con una sonrisa perfecta saludaba a la recepcionista, una muchacha joven que tenía que trabajar por las mañanas porque la dejaron sola con su bendición.

Buenos días señor Tapita, ¡pero muy buenos días mi querido Juan! Saludaba siempre al hombre que hacía la limpieza, el cual, hacía su día menos pesado escuchando música de banda en su celular, con unos audífonos que le costaron en Coppel, el equivalente a tres semanas de trabajo.

Buenos días señor Tapita, como siempre, muy buenos días don Xavier, saludaba al hombre más viejo de la compañía, que hacías las veces de mandadero como de chofer o de estorbo, hay que decirlo con verdad.

Buenos días a todos, saludaba al departamento de contabilidad y finanzas; buenos días señor Tapita, respondían a una sola voz.

El señor Tapita comenzaba a trabajar, daba sorbos a su café y no se separaba de su escritorio, a menos que tuviera que levantarse para saciar una duda, no usaba la línea interna, él consideraba que había que interactuar con la gente, dejaba las llamadas solo para los jefes.

Un día llegó el gerente al departamento y en voz alta dijo: ¡equipo, buenos días! Júntese todos, tengo algo importante que decir, todos se juntaron en derredor y el gerente sonriente dijo: me complace informarles que a partir de hoy, nuestro querido señor Tapita, será el nuevo contador general de la empresa; todos aplaudieron y echaron algunas porras.

Señor Tapita, el viernes vamos a festejar su ascenso, comentaron los más jóvenes del departamento, vamos a ir todos a algún bar del Distrito Colón ¿qué le parece? Bueno, está bien, aunque esas cosas ya no son para mí, dijo el Señor Tapita.

La vida del señor Tapita era un tanto rutinaria, al llegar a su casa después de trabajar, se ponía su ropa deportiva y se iba a correr al bosque Venustiano Carranza, al volver, se daba un baño, preparaba su cena, lavaba los trastes y ahora sí, al final del día se ponía a leer el periódico que había comprado a las 07:45.

El señor Tapita vivía solo, era un hombre de cincuenta y tantos años, había estado casado hace mucho tiempo, al parecer tenía una hija.

Como cada mañana sonó el despertador, el ritual del baño, del desayuno, el ticket que registraba la compra, los buenos días al guardia, Estelita, Juan y don Xavier, nada cambió, sólo que ahora tenía una oficina en el piso de arriba.

El fin de semana sería especial, atípico, iría el viernes, con los de la oficina, a celebrar a Escobedo 77, y así fue; salieron todos de la chamba y se tomaron unas cervezas con el señor Tapita, cenaron y el hombre del momento les contó la historia de cuando era estudiante de contabilidad y cómo llegó a la empresa en la que tenía toda la vida trabajando. El reloj marcó la una y treinta de la mañana y el señor Tapita dijo: jóvenes es demasiado tarde para mí, me retiro a descansar.

El sábado sería doblemente especial, el señor Tapita contrató los servicios de una sexoservidora, de las caras, de las que cobran tres mil la hora, de las que parecen muñequitas salidas de un cuento de fantasía, una conejita Play Boy.

Como siempre, ese sábado por la mañana salió por su periódico y el café, toda la tarde hizo pendientes, llegada la noche se bañó, se puso ropa elegante y usó su loción más cara. Nueve treinta de la noche, llegó Paulina a la casa del señor Tapita, una joven de 27 años, delgada, senos y glúteos operados, también la nariz, era un bombón, de esos que valen la pena pagar tres mil pesos por una hora. Ojos grandes, piel blanca, cabello largo de color cobrizo, tacones grandes, vestido entallado y un escote que prendería al más puritano de los hombres.

 El señor Tapita era todo un caballero, había preparado una cena elegante, compró un par de botellas caras de tinto, y trató a la prostituta como una verdadera princesa.

Cenaron, rieron, bebieron, hablaron, cabe mencionar, que el señor Tapita la había rentado por dos horas. Una hora amena para la mujer que estaba acostumbrada a las dádivas, en esa primera hora el señor Tapita ni siquiera rozó su mano, pero cuando el reloj marcó la 22:30, entonces sí, el señor Tapita se transformó en una bestia insaciable, dejó a la puta complacida, que hacía tiempo no le daban sexo de calidad.

Dieron las 23:30 y Paulina se vistió, se puso su tanga negra, que seguía oliendo a menta, su brasiere  de media copa y su vestido entallado. El señor Tapita la acompañó hasta su vehículo, le abrió la puerta, ella la cerró y bajó el vidrió, inmediato le sonrío y le dijo: ojalá te vuelva a ver pronto bebé, arrancó y se fue.

El domingo el señor Tapita se dio el lujo de levantarse tarde de la cama, a las 07:00 horas, estaba feliz, había sido una noche de campeonato. Así fue como celebró su nuevo puesto. Fue por su periódico a las 7:45 y su café, los dejó pagados porque primero iría a correr y de regreso pasaba por ellos.

Pasaron los meses y todo era igual en la vida del señor Tapita, los buenos días a todos, el trabajar, el dar resultados, los jefes estaban contentos porque el departamento de contabilidad iba muy bien desde que el señor Tapita había tomado las riendas.

Un día, al salir del trabajo, el señor Tapita se fue a correr al bosque, como lo hacía habitual, llegó a su casa y se bañó, se estaba preparando un sándwich y mientras cortaba el tomate con un cuchillo largo, hizo una pausa, reflexionó, su mirada se clavó hacía ninguna parte, vio el reloj, vio la fecha, volvió a quedarse estático, tomó el mango del cuchillo con su mano derecha, puso la punta en su corazón y con la mano izquierda dio el empujón… sus ojos se desorbitaron, estaba rojo, temblaba todo su cuerpo, la sangre escurría por montones en su pecho, seguía temblando, el dolor era fuerte, sus ojos seguían desorbitados y las fuerzas comenzaron a ceder, poco a poco se fue cayendo, aún de rodillas, empapado en sangre alcanzó a sumir poco el cuchillo otra vez, después cayó, seguía vivo y seguía temblando, tardó cinco minutos en morir.

El lunes todos se preguntaron por el señor Tapita, los del Oxxo, el guardia de las botas relucientes, Estelita que es día tuvo que llevar a la bendición al trabajo, Juan con sus audífonos caros, don Xavier y su paquete de copias, todos en la oficina, eran las 08:14, jamás había sucedido que llegara tarde, alguien pensó que estaba enfermo y todos lo dieron por asentado.

El gerente llegó y preguntó por el señor Tapita y le dijeron no había ido a trabajar, no lo tomó mal, nunca había faltado en treinta y tantos años de trabajo.

El martes lo mismo. Alguien decidió entonces marcar a su celular, no hubo respuesta, marcaron a su casa, nada. Y así fue lo mismo todo el día, y el miércoles y el jueves y el viernes, nadie sabía dónde vivía.

Don Xavier llegó llorando y les dice: el señor Tapita se suicidó el domingo pasado, los vecinos se dieron cuenta porque empezó a oler el cuerpo descompuesto, lo acabo de ver en las  noticias del canal 9… todos se quedaron helados.

Nadie fue a su funeral.

Qué bueno que muerto estás señor Tapita, vivir tu vida era una monserga, a nadie querías, nadie te quería, tu muerte reflejó la iracunda forma en la que despreciabas al mundo, en como tú mismo te dabas asco.


Nadie extraña al señor Tapita, hoy, su oficina, la hicieron bodega, un archivo muerto, tan muerto como el señor Tapita. 

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