lunes, 27 de noviembre de 2017



LA NOCHE Y LA SEÑORITA LEYTON

Dicen que las tres de la mañana es la hora del anticristo. Dicen que a esa hora la veían sonreír; su lengua era seductora, se mordía el labio inferior, te coqueteaba, se insinuaba; sólo quería tu sangre. Algunos la llamaron la hija del diablo, yo prefería decirle… señorita Leyton.  

Las cándidas noches de aquel 1875 terminaron súbitamente cuando el cuerpo del oficial de policía, Roberto González, fue encontrado en un charco de sangre, mutilado, rasgado, parecía obra de un fiero animal de grandes proporciones.

No hacía mucho el Circo de los Hermanos Vázquez había estado en la región, por lo que se pensó algún tigre o león pudo haber escapado.

-        ¡Calma! Esto es lamentable, pero no debemos más que guardar el debido respeto y luto para el oficial González –comentó el jefe de la policía, Cudberto Palomares.
-        ¿Pero, estamos seguros de que fue un animal? –advirtió una señora del pueblo, porque esto es simplemente atroz.

-        Este pueblo es de dios, la mano de él está con nosotros, entiendo que esto es inaudito y lamentable para el pueblo y sobre todo para la familia de un policía ejemplar –refirió el jefe del orden, acaso ¿no es así padre Casimiro? –decía el mandatario mientras levantaba su mano derecha y señalaba al cura del pueblo.

-        Pero por supuesto don Cudberto, no hay hombre de dios que sea capaz de hacer tan abominable obra, dios nuestro señor está aquí entre nosotros y como bien dijo nuestro jefe de la policía, su mano nos bendice. Me queda absolutamente claro que una de las bestias del circo de los hermanos Vázquez ha realizado este hecho, por lo que exijo extremen precauciones todos los del pueblo, este animal ha saciado su hambre, pero solo será por algunas horas –lo decía en voz alta el padre para que todos acataran la advertencia, es su deber mi muy respetable don Cudberto que en su papel de jefe de la policía de este pueblo, vea por la seguridad de sus habitantes.

-        Padre Casimiro usted sabe perfectamente y todos aquí que mi deber siempre ha sido la seguridad de nuestra gente. A partir de este momento queda instaurado el toque de queda, quien ronde las calles a partir del sonido que se emitirá, que será la campana de la iglesia (en ese momento voltea Cudberto al padre, y éste asienta con la cabeza en señal de aprobación) será responsabilidad suya y no de la policía su seguridad, el toque de la campana se dará a las ocho y veinte de la noche.

Dentro de esa multitud de curiosos que veían y morboseaban con el cadáver del oficial González, estaba quien había cometido el atroz homicidio, con su rostro de ingenuidad murmuraba entre los vecinos del pueblo de Viesca, lo que era ya sin duda, su mayor tragedia.

-Oficiales Montellano y Zúñiga acudan al pueblo siguiente a entrevistarse con el gerente del circo, informen sobre el escape de una de sus fieras y acudan con la autoridad correspondiente, informen lo sucedido y no permitan se monte el circo hasta dar con ese animal -ordenó don Cudberto mientras se colocaba su fornitura, capitán Mendiola acompáñeme a la oficina del alcalde, esto ya se regó como pólvora y quiere un informe detallado de lo sucedido.

Ya en la oficina del alcalde, Gonzalo Amozurrutia, se cuestionaba acerca de lo sucedido.
-        Mira Cudberto, bien sabes que quiero pegarle a la grande, ir por la gubernatura y este hecho me va a quitar mucha credibilidad, es cuestión de días para que este informe llegue a Saltillo y de eso se van a agarrar mis contrincantes para desprestigiarme, sólo quiero el informe real de que fue un león, un tigre, hiena o el animal que haya sido. ¡Es más! Tráiganlo muerto para que el pueblo lo vea… ¡no! mejor vivo, y aquí lo matan entre todos a palos y piedras.

-        Gonzalo… nos conocemos de toda la vida, me extraña que dudes haya sido un animal del circo. Mandaré a todos mis hombres a buscarlo, eso de traerlo vivo no sé, no somos domadores de fieras salvajes, si lo ven, le van a disparar.

-        Como sea, no me importa, nada más métete esto en la cabeza, si yo llego a la grande, tú serás alcalde de Viesca, esto nos perjudica a los dos.
-        Por cierto Gonzalo, el padre Casimiro anda muy pegado a los Olivares, ten cuidado, ellos apoyan a tu rival político.

-        Ese padre lambiscón, hay que darle una buena tajada de diezmo y verás que está de nuestro lado, me preocupa más el tigre-león ése que el chingado padrecito.
Cerca de las seis de la tarde, ya cuando comenzaba a ceder el sol para darle paso a la noche, llegaron los oficiales Montellano y Zúñiga a la jefatura de policía, las noticias fueron perturbadoras.

-        Señor, nos entrevistamos con el gerente del circo, no reportan ningún escape de animal, tienen el censo con el sello de la alcaldía de cuando llegaron a Viesca, donde informaron y se corroboró que traían dos elefantes, cinco chimpancés, una jirafa, cuatro perros, dos leones, tres tigres, una hiena, seis caballos y un hipopótamo junto con dos osos. Los contamos y el censo está igual no falta ni un animal en el circo.
-        ¡Carajo, eso no puede ser! ¿están seguros? ¿hay algún otro circo en los alrededores? ¿o se trata de una simple broma oficiales?
-        Por supuesto que no jefe –comentó Zúñiga, hicimos las cosas tal cual ordenó y se preguntó a todos los trabajadores del circo si sabían acerca de una fuga de animal, fuimos a la alcaldía e informamos lo sucedido, de hecho no van a dejar que monte el circo hasta que se sepa ¿qué pasó? ¿qué o quién fue?
-        El domador de fieras del circo se mostró amable –replicó Montellano, nos dijo que si se trataba de otra fiera, él podía ayudarnos a atraparla, pero que no la matáramos a menos que fuera necesario.
-        Bien, vayan a sus casas a descansar, los caballos y ustedes han hecho un viaje largo y los necesito frescos, hoy comienza el toque de queda, ya están programadas las guardias, de cualquier forma estén atentos.

Esa noche el mismo jefe de la policía dio el toque de queda, acudió a la iglesia y a las ocho y veinte dio el campanazo, uno solo, se escuchó fuerte, inclusive aterrador me atrevo a decir, ya casi no había personas en la calle, muchos tenían miedo y apenas en la caída del sol se fueron a guarecer, ese día, a los niños se les prohibió salir a jugar a las calles, Viesca quedó dormida en el día y muerta durante la noche.

El silencio solo se rompía al lento caminar de los caballos, se escuchaban sus pisadas, tac tác, tac tác, tac tác, tac tác. Más fuerte era la voz de los pregoneros: ¡las diez de la noche y todo sereno! Gritaban los oficiales que estaban de guardia, cada hora tenían que hacerlo.
A las afueras del pueblo había una casa grande y hermosa, hecha de adobe y con grandes vigas de madera que resaltaban con fervor, allí vivía la pequeña familia Leyton, el padre, la madre y su hija, la extraña criatura, sí, esa que sonreía a las tres de la mañana.

La señorita Leyton tenía 22 años, una belleza mulata sin igual, muchos hombres del pueblo la pretendían, los más ricos también, pero ella era seria, muy decente, recatada, se ponía velo al salir, siempre acompañada de su madre, pero si te cruzabas por la calle con ella y te sonreía, te atrapaba al instante, se metía en tu mente y ya no la podías dejar salir, era la sonrisa concupiscente del demonio.



CAPITULO II
LA ENTREGA

La señorita Leyton había sido marcada por las tinieblas al día de su nacimiento. Su tía Claudia, hermana mayor de su madre, había siempre odiado que ella no hubiera encontrado hombre para casarse, ni poder tener una familia con la cual compartir su fortuna (por alguna extraña razón, sus padres al morir le heredaron todo a ella, y a su hermana la dejaron desamparada.)

Toda su vida vivió amargada por esa situación, así que el día que nació la señorita Leyton, mientras la partera hacía sus labores y la hermana mayor de Claudia gritaba y pujaba para dar a luz, Claudia sacó de entre sus ropas un crucifijo, el cual puso de cabeza pegado al vientre de su hermana y con odio le rezó un padre nuestro. Había entregado a su sobrina al rey de la oscuridad.

-        Ya es hora de irnos a dormir todos, esto que ha sucedido en la mañana me tiene muy nerviosa, dijo la señora Leyton.

-        Madre, me siento tan mal por la familia del oficial que murió en manos de esa bestia, quisiera ayudarles pero ¿no sé cómo?

-        Ya mañana veremos cómo podemos ayudar hija mía –comentó el señor Leyton mientras encendía un cigarrillo.

-        Me gustaría que todos durmiéramos en la misma habitación –sugirió la señora Leyton.

-      Tú duerme con la niña, mujer, yo haré guardias toda la noche, dejaré a los perros que anden corriendo en el jardín trasero y delantero, tengo la pistola y la escopeta cargadas, al primer gruñido voy a soltar un plomazo. No las pondré en riesgo.

-        ¡Tengo mucho miedo mamá!
-        Tranquila hija, tu padre habrá de cuidarnos bien.

Muy a lo lejos la quietud de la noche se volvió a romper con el grito: ¡las once y todo sereno!

Mientras el pueblo callaba y el señor Leyton dormitaba con su escopeta en mano, su hija y esposa dormían juntas.

Pasaron unas cuantas horas y junto a la ventana de su cuarto estaba la señorita Leyton de cabeza, desnuda, sus pies pegaban sobre el dintel de la ventana, eran las tres de la mañana, y así, de cabeza ella sonreía. En lo más negro de la noche salió por la ventana, los perros no ladraron, no gruñeron, la conocían, pero sintieron miedo, caminó por el pueblo y vio a un hombre dormir en la plaza, un viejo ebrio que hizo caso omiso del toque de queda, no quedó nada de él, la señorita Leyton lo destripó bebió su sangre, tomó los órganos que sacó del vientre y los embarró en su cuerpo desnudo, se reía a carcajadas, se metió en el cuerpo del hombre para seguir bañándose en sangre.

Una vieja y retirada meretriz del pueblo alcanzó a escuchar las risas de la señorita Leyton; acostumbrada a la vida nocturna, le era difícil conciliar el sueño por las noches, ella dormía de día; pero esas risas fuera de lugar, le pusieron la piel helada, temerosa se acercó a su ventana, abrió poco la cortina, alcanzó a ver una silueta en la negrura de la noche, se impactó y se pegó a la pared, se persignó, en su cuerpo entró el miedo y comenzó a temblar, enmudeció.

Tomó valor y volvió a asomarse, su rostro quedó congelado con un gesto aterrador, la señorita Leyton colgaba de cabeza empapada en sangre sobre la ventana de la otrora prostituta, el demonio se abalanzo sobre la vieja mujer y de una mordida arrancó un pedazo de su cuello, los dedos penetraban el cuerpo de la víctima como si fuera tierra blanda, bebía su sangre la cual sorbía con la mano; sacó su corazón y lo empezó a lamer. La escena era indescriptible.

Como si fuera un animal en cuatro patas la señorita Leyton brincó a través de la ventana, grandes saltos daba, sobre su boca llevaba el corazón.

Como si fuera una lagartija estaba pegada en la puerta de la iglesia pero con la cabeza volteada, bañada en sangre escupió el corazón y se fue al río, se bañó en la helada agua.

A los primeros halos de luz, un policía comenzó a sonar su silbato, eran fuertes pitidos, largos y desesperados, la gente comenzó a salir de sus casas, la espeluznante escena se repetía, era más impactante aún que la del día anterior, varias mujeres se desmayaron, algunos hombres vomitaron.

Un ciudadano gritó: ¡miren, allí, es la casa de la vieja que vendía su cuerpo, en su ventana hay sangre!

Todos corrieron al lugar, intentaron entrar pero tenía llave por dentro la puerta, otro policía que acaba de llegar trepó por el barandal, llegó al balcón y se asomó, quedó pálido, sus fuerzas se desvanecieron, estuvo a punto de caer, la gente gritó, el oficial retomó lo que quedaba en él de energía y de un salto se impulsó a una jardinera; su rostro lo decía todo.

-        ¿qué pasa? Fernández –dijo otro elemento.
-        Lo mismo –alcanzó a decir y se desmayó.

El jefe de la policía, don Cudberto, llegó a galope, bajó del caballo que montaba a pelo y se llevó las manos al rostro, se puso en cuclillas y sus manos lentamente se deslizaron hasta llegar a su nuca, jamás había visto algo similar.

El padre Casimiro llegó en una carreta vieja, vio el cuerpo, con su mano lo bendijo y al concluir la plegaria se dirigió al jefe de la policía, 

-        -Tiene que venir a la iglesia don Cudberto.
-        ¿Cómo? Hay otro cuerpo

-        No lo sé don Cudberto, pero han dejado un corazón, tal vez sea de esta pobre víctima.
-        O tal vez sea de la vieja meretriz padre –comentó la señora Leyton.
-        ¿Qué dices hija?

-        Sí padre, la vieja prostituta vivió el mismo infortunio –comentó la señora Leyton mientras dirigía su mirada a la casa del diabólico homicidio.

-        Pero no puede ser, ¿qué es esto? ¿qué está pasando aquí? ¿a caso señor te has vuelto contra éste tu humilde pueblo? –decía el padre mientras la aflicción lo poseía.
El tranquilo pueblo de Viesca comenzaba a desmoronarse, nadie entendía qué pasaba, pero algo les quedaba claro, un animal salvaje no era.

-        Padre Casimiro, tiene que venir a la iglesia inmediatamente –dijo otro policía.
-        Si es por lo del corazón, ya lo he visto.
-        ¿También las huellas?
-        ¿Qué huellas?
-        Las que están por toda la pared de la iglesia, las que llegan hasta el campanario.

Todos los presentes corrieron a la iglesia, a la luz del naciente sol se podían distinguir perfectamente las manos y pies marcados en sangre por la pared de la iglesia.

Esto es cosa de Satanás mencionó un anciano, otro, refería al fin de los tiempos, alguien más gritó: nos han maldecido y si no hacemos algo todos moriremos.

En ese momento llegó el sacerdote, bajó rápido de la carreta y cuando vio la pared se echó de rodillas al suelo y comenzó a llorar mientras gritaba: ¿por qué señor, ésta es tu casa? ¿Qué clase de ente maligno hace esto? ¡Han profanado tu hogar dios mío!, ¡Satán se ha apoderado de este pueblo, ya lo ha hecho de él y ahora será imposible sacarlo! Gritó el padre mientras se ponía de pie y corría al interior de la iglesia.

Los lugareños al escuchar esto entraron en pánico y comenzaron a secundar lo que el clérigo acababa de decir.

Don Cudberto trató de calmar a la gente, pero nadie le hacía caso: tranquilos amigos, estoy seguro que se trata de un animal salvaje, no se asusten y tampoco crean lo que el padre Casimiro ha dicho, está alterado por la situación.

-        ¿Pero cómo se atreve a decir que se trata de un animal, claras están las huellas que lo hizo una persona poseída por el demonio –comentó un joven
-        Lo sé, todo parece indicar que fue eso, pero estoy seguro que fue un primate, algún orangután o simio que el circo no reportó en su censo, estoy seguro.

La gente se le echó encima a don Cudberto y le cuestionaban su incredulidad sobre el que el homicida era un hombre poseído por Lucifer.

En ese momento llegó el alcalde y le dijo a la gente que iban a dar con el responsable de los asesinatos brutales, que se calmaran: no creo que haya sido un poseído, lo que sí creo es que fue una persona que está fuera de sus razones, hay que dar con él y mandarlo fusilar.

La gente se fue más tranquila con lo que escucharon, pero aún así lo que dijo el clérigo los dejó pensando claramente que posiblemente se tuvieran que enfrentar a un demonio.




CAPÍTULO III
LA FUERZA DEL DIABLO

Mientras tanto en la casa de la familia Leyton hablaban de los esfuerzos para redoblar la seguridad, como todos en Viesca, estaban nerviosos y no sabían qué hacer, el padre de la familia no sabía si era conveniente salir al campo a realizar las labores, pero tenía que hacerlo, las provisiones eran elementales para subsistir; tomó su equipo, soltó a los perros para que lo siguieran, montó su caballo y se fue a la labor.

La señorita Leyton salió al mercado a comprar algunas cosas que su madre le ordenó, coqueteaba al andar, se reía pícara, incitaba al deseo, sus caderas eran la llama de la tentación, ella lo sabía, mejor dicho, el demonio que llevaba dentro lo sabía, la señorita Leyton era sólo el conducto.

-        Pero que linda te ves este día hija –comentó la anciana tendera, eres lo único que le da vida a estos días oscuros que se viven en este rancho maldito.
-        Muchas gracias doña Refugio, es usted muy linda
-        No, la linda eres tú mi niña…



El joven Carlos, sobrino del alcalde, estaba atónito a la belleza de la señorita Leyton, entre las ménsulas de la tienda se escondía para apreciar la magia que irradiaba esa joven mujer.

Al terminar sus compras la señorita Leyton se había dado cuenta que Carlos la había visto, así que ella hizo lo posible por toparse de frente con él, y así sucedió, hizo que él la chocara incidentalmente para tirarle un queso que tenía ella en sus manos; el caballeroso joven ipso facto levantó la mercancía caída, se quitó el sombrero y pidió disculpas por su torpe error, el monstruo de la belleza sonrió coquetamente y le dijo:

-        La culpa ha sido mía, siempre voy descuidad al caminar, soy una tonta.
-        Exijo de manera inmediata no se refiera así de usted misma, insisto, el error fue mío.
-        Gracias es usted todo un caballero –comentó la señorita Leyton mientras frotaba la palma de su mano en el solapa del saco de Carlos, coqueteando de manera descarada. 

-Me llamo Carlos, mucho gusto –decía el joven mientras besaba la mano del diablo.
-        Mucho gusto don Carlos yo me llamo Ka…

-        ¡Hija ya está el ungüento de tu madre! –gritó la vieja Refugio

-        Oh, me tengo que ir Carlos, fue un placer conocer a un hombre tan imponente.

Se dio media vuelta, recogió su mercancía, pagó y se fue a paso rápido, mientras la dueña del lugar animaba al joven a perseguirla y pedirle la invitara a degustar un helado mientras la acompañaba a casa; lo convenció rápidamente y Carlos salió a toda prisa de la tienda.

-        ¡Señorita! ¡señorita! Permítame acompañarla a su casa, como están las cosas no debe andar sola.
-        Me da pena Carlos, vivo lejos
-        No importa, el camino será breve si platicamos mientras comemos un helado, ¿le gustan los helados?
-        ¡Me encantan! El de fresa es mi favorito
-        No se hable más, crucemos por un helado, sirve que me dice su nombre.
-        Qué tonta he sido, en la tienda nos interrumpieron, me llamo Ka... –una carreta pasó a todo galope y no pudo Carlos escuchar el nombre
-        Caray parece que el destino no quiere que sepa cómo se llama.
-        Katherine, Carlos, me llamo Katherine Leyton.
-        Carlos Amozurrutia, se presentó
-        ¿Como el alcalde? Amozurrutia
-        Es mi tío.

Mientras les servían los helados platicaban a profundidad y Carlos quedaba embelesado con la señorita Leyton. Caminaron hasta la casa de ella y quedaron de verse a las siete de la tarde cerca del hogar de ella, antes del toque de queda para volver a sus casas rápido.
El padre Casimiro hablaba con gente de la diócesis sobre lo sucedido. 

Lo tomaban por loco, pero un capellán confirmó lo dicho por el sacerdote, los padres se unieron en oración y pidieron para que fuera solo obra de una persona fuera de sus cabales y no de un demonio.

Las tardes comenzaban a ser pesadas para los habitantes del polvoriento pueblo, la locura, muy en silencio, sórdidamente se apoderaba de ellos, el demonio comenzaba a tomar fuerza, sabía que nadie lo podía parar si entraba en la mente de todos, si lograba debilitarlos, si lograba hacer que todos perdieran la fe.

Carlos y la señorita Leyton se encontraron en el lugar que habían acordado, el caballeroso joven llevó un ramillete de violetas al engendro y también un pequeño rosario. Carlos no te hubieras molestado, estas violetas son hermosas, y este rosario mmmmmmm huele a lavanda, me encanta ese olor, sonreía la señorita Leyton tímidamente, como incitando al pecado a Carlos.

Ella se acercó y se acomodó en su regazo, él la abrazó, tuvieron una plática breve, a qué se dedicaban, qué les gustaba, a qué escuela habían asistido. 

Mientras Carlos platicaba acerca de sus sueños, la mano derecha de la damisela, que se encontraba en el pecho del joven, comenzó a bajar lentamente hasta llegar a la entrepierna; Carlos no dijo nada estaba sorprendido, la mano comenzó a frotar su falo, se puso erecto, lo apretó y en ese momento Carlos cayó en el juego de la lujuria, tomo a la señorita Leyton de los hombros y rasgó su blusa inmediatamente, le arrebató el sostén y comenzó a besar sus pechos, en ese momento ella sonrío diabólicamente, lo abrazó y encajó sus uñas fuertemente sobre la espalda de Carlos, gimió de dolor, el diabólico ser puso sus manos sobre la nunca del joven y lo jaló a sus pechos, y allí volvió a encajar sus uñas entre la nuca y el cuello, lo hizo sangrar y Carlos sintió mucho dolor, intentó quitarse de inmediato, no pudo, la señorita Leyton era demasiado fuerte, con su mano izquierda apretó el cuello de Carlos y sus uñas penetraron hasta la yugular, lo asfixiaba y lo hacía sangrar, el iluso enamorado estaba en shock, el demonio mordió los ojos de la víctima y con la lengua logró sacárselos, se los comió y también comió más partes de su cuerpo; finalmente sació su sed de sangre, pasaban de las ocho y 20, había que regresar a casa.

¿!Pero dónde andas niña!? Gritó la madre de la bestia, estoy sumamente preocupada por ti, mira la hora que es y tú en la calle.

- No estaba en la calle mamá, andaba en el establo, leía un poco la biblia y se me pasó el tiempo, sabes que adoro leer la biblia allí.
- No quiero que vuelva a suceder Katherine, estoy por demás molesta y esto lo sabrá tu padre.
- No mamá, por favor, no le digas a mi padre, mi intención nunca fue causar preocupación, ante esta ola de sucesos me refugio en dios nuestro señor, te prometo no sucederá otra vez; además estaba Flavio conmigo, él me cuida.
- Suelta a ese perro pulgoso, bien sabes que no me gusta que los abraces, yo no sé tu padre por qué quiere tanto perro aquí.
- Porque ellos nos cuidan mamá, lo decía mientras abrazaba a Falvio, un mastín napolitano.

Flavio comienza a ladrar y a mover el rabo, su oído fino detectaba la llegada Ramón, el padre de la señorita Leyton.

-        Ándale niña, que ya viene tu padre del molino, es lo único para lo que sirve este perro
-        ¡Ya má! Deja al pobre de Flavio   
    
-        Ve a lavarte bien las manos y pon la mesa, bien sabes que a tu padre le gusta llegar y sentarse a la mesa después de trabajar todo el día.

La puerta principal se abre de golpe y entra Ramón agitado, quitándose el sombrero y sacando un pañuelo de la bolsa trasera de su pantalón para secarse el sudor.

-        Mujer, niña, vengan rápido… otra tragedia… han encontrado sin vida al sobrino del alcalde.
Al escuchar la noticia que su padre decía, la señorita Leyton sonríe, en su rostro la satisfacción se hacía presente, se regocijaba por dentro y vociferaba cerca de la oreja del animal: ¿ves? Flavio, por eso no hay que andar solos en la calle, siguió acariciando al perro, que de sus belfos escurría baba, la cual la señorita Leyton tomó, la frotó entre sus manos y se dirigió a la cocina.

-        Padre esa noticia es terrible, decía mientras calentaba tortillas y tomaba alimentos con las manos sucias.

-        Lo sé hija, yo creo que es mejor ir pensando a dónde largarnos, este pueblo está maldito.
-        Pero ¿a dónde iríamos? Ramón, toda tu familia está aquí y la mía también, no tenemos parientes ni amigos en otro lado, gritó desde el comedor la esposa (tenía 22 años sin hablarse con su hermana.)

-        No sé mujer, pero aquí ya no es seguro, esa bestia o lo que sea, no respeta nada ni a nadie, lo mismo le da matar a un policía, un vagabundo, una prostituta o un joven de dinero.

Mientras tanto, don Cudberto platicaba con el alcalde, el cual estaba devastado por la noticia al grado de beber y beber brandy sin control; para Gonzalo Amozurrutia, su sobrino Carlos era como un hijo, lo había criado desde bebé, su madre, hermana de Gonzalo había muerto en el parto y su padre nunca lo quiso.

-        Quiero que me traigas a quien le hizo esto a mi sobrino, Cudberto, si no te juro que yo mismo te arrancaré los huevos. 
-        Gonzalo, en primer punto ya no bebas más…

-        ¡Cállate! Y tráemelo, quiero matarlo con mis propias manos, incompetente, eso es lo que eres, un incompetente, tienes 48 horas para traerme a esa bestia.  

-        No será fácil y lo sabes, yo también amaba a ese chico, era como un sobrino para mí.
-        Entonces hazlo por su memoria.

El padre Casimiro ya no oficiaba misa, se la pasaba rezando en la iglesia pidiendo porque la paz regresara a Viesca, la gente del pueblo lo buscaba y a todos atendía a ratos, decía que estaba concentrado en el poder de la oración para poder salvar al pueblo.




CAPÍTULO IV 
LA NOCHE DE SATÁN

La economía de Viesca caía de manera estrepitosa, principalmente porque no había circulante de dinero, los proveedores de algún tipo de servicio no tenían clientela, restaurantes, centros de diversión, cantinas, hoteles, nadie tenía gente, por lo tanto dejaban de consumir y se generaba un efecto dominó.

Don Pascual, dueño de la cantina, estaba desesperado no tenía clientes, los pocos llegaban por la tarde, se tomaban una cervecita y rápidamente huían por el temor de que la noche los alcanzara. Así que decidió una estrategia, todo aquél que quisiera estar allí bebiendo y conviviendo sería bienvenido, la cantina se cerraría a las ocho, pero todos podían quedarse allí y la cortina se levantaría al otro día a la siete de la mañana, los borrachines del pueblo estaban felices por eso.

Ese día en la madrugada, el reloj marcó las tres de la mañana y la señorita Leyton abrió los ojos, sonrío, se levantó de la cama y salió a caminar por la muerta Viesca y se dirigió a la iglesia.

El padre Casimiro sabía que las tres de la mañana es la hora del demonio, así que a esa hora se levantaba para orar, combatir desde su trinchera al demonio. Estaba en el santísimo rezando cuando escuchó un ruido y sintió una presencia, su piel se erizó y el miedo se apoderó de él, cerró los ojos, apretó su rosario y comenzó el Salmo 23, el señor es mi pastor, nada me faltará…

¿Y crees que eso te servirá de algo Casimiro? se escuchó la macabra y dulce voz en medio de la negrura de la noche, no eres más que un pobre religioso estúpido que toda su vida ha luchado por saber si está en el camino correcto. Tienes miedo Casimiro, estás que te mueres de miedo.

El sacerdote de rodillas seguía con el rosario y tratando de completar el salmo. De entre la oscuridad salió la señorita Leyton, una bata traslúcida dejaba ver la belleza desnuda de ese cuerpo que había sido entregado a Satanás 22 años atrás. 

Abrazó al padre por la espalda, lo empezó a lamer de la mejilla derecha y al oído le susurraba, ¿te gustaría conocer el lugar donde vive papá dios? Eh Casimirito, o ¿mejor te gustaría conocer el lugar donde van las almas malditas eh? Dímelo.

Con el último halo de valentía que quedaba en su cuerpo, el padre Casimiro dijo en voz quebrada, el señor es mi pastor, nada me faltara.

La señorita Leyton lo soltó, brincó al atrio del santísimo y se postró a un lado de la cruz y le gritó ¡qué no te das cuenta que tu maldito dios no significa nada para mí! Que soy más fuerte que él, que él mismo me tiene miedo! En ese momento se paró sobre la cruz, estaba de cuclillas y empezó a orinar la imagen de Jesús muerto en la cruz.

El clérigo estaba aterrado, atónito a lo que veía, el demonio iracundo saltó hacia una figura  de la virgen María, la cual abrazó por detrás y pasó su lengua por la boca de la figura, ¡que rico besa tu madre Casimiro!

El padre no podía más con eso, lloraba de rabia, miedo, impotencia, se levantó y le dijo, no te tengo miedo, el señor es mi pastor, nada me faltará y en ese momento le tiró agua bendita, la señorita Leyton enfureció y se lanzó al cuerpo del sacerdote, metió sus dedos sobre los cachetes del padre y luego los estiró hacía afuera hasta que los desprendió de su cara, después mordió la lengua del padre y se la arrancó también, los gritos de dolor del padre Casimiro llenaban toda la iglesia, incluso se escuchaban fuera de ella, pero a esa hora Viesca seguía muerta.

El demonio sacó las vísceras del cuerpo inerte ya del padre, y los empezó a decorar por todos los santos y crucifijos de la iglesia, la cabeza la mutiló y la puso como si fuera la cabeza de San Judas Tadeo, vació toda la sangre del cura en la pila del agua bendita y allí se bañó. La iglesia daba miedo, era tal vez, el peor lugar donde alguien podía estar en ese momento.

La señorita Leyton salió caminando por la puerta principal de la iglesia, su caminar era espeluznante, lo hacía con las rodillas ligeramente encorvadas, pero de lado, de la cintura hacia el cuello parecía estar de frente, su cuerpo estaba fuera de toda simetría, sus ojos eran completamente negros, tenía la quijada desprendida y vomitaba sangre.

De esa aterradora forma siguió caminando en la quietud de la noche, en una Viesca que ya ardía en las llamas del infierno, mientras andaba dejaba huellas de sangre.

Pasó por la cantina y escuchó ruido, se metió en una pileta de agua que estaba llena, se quitó la sangre y cuando salió era la misma hermosa y bella señorita Leyton que todos conocían, había dejado ya esa forma extraña con la que había salido de la iglesia.

Se metió por la parte trasera de la cantina, estaba empapada, los borrachines, cantinero y músicos callaron, dijo: don Pascual, qué clase de atenciones son esas, que no ve que muero de frío, sírvame un aguardiente por favor.

Después se dirigió a los presentes y les dijo, ¿bueno qué nadie le va a ofrecer asiento a una joven y bella puta casquivana que lo único que quiere es divertirlos y hacerlos gozar un ratito?

Uno de los presentes le dijo, tú eres la hija de Ramón, y él es un hombre honrado y derecho, si a la cantina ha venido cinco veces en toda su vida es porque uno lo trae a fuerza, todo se lo da a ti y tu madre, ¿por qué le pagas así?

La señorita Leyton tomó de un sorbo el aguardiente y le dijo; mi padre está dormido, si quieres puedes darme por donde quieras, lo decía mientras dejaba caer su bata.

El hombre se volteó, y otro borrachín que estaba allí dijo, si no te la coges tú me la chingo yo, se levantó y cuando la abrazó certera mordida en el cuello le dio la señorita Leyton, brotaba la sangre a litros del cuello del hombre, el demonio comenzó saltar rápidamente de mesa en mesa, por todo el lugar, a todos los presentes los comenzó a herir gravemente, por más que quisieron no pudieron defenderse, ninguno pudo sobrevivir, esa madrugada en la cantina, murieron salvajemente 13 hombres.

La hija del demonio volvió a su casa, rápidamente, como un felino en cuatro patas, brincando de techo en techo.

A la mañana siguiente todo el pueblo estaba vuelto loco, empezaron a huir de Viesca, no les importó dejar sus cosas, con lo que traían puesto se fueron. Don Cudberto y Gonzalo estaban en la iglesia, se abrazaban, lloraban de miedo, la imagen era atroz, habían llamado al obispo y le habían comentado lo sucedido, iba en camino.

La señorita Leyton preparaba el desayuno en su casa y tarareaba una canción alegremente. Buenos días madre, ya está listo todo, ¿por qué no ha bajado papá? ¿Salió temprano? Cuestionó

-        Vinieron a las seis de la mañana por él, no me quiso decir nada, pero presiento que no son cosas buenas.

-        ¿Crees que haya sucedido otra tragedia madre?
-        No lo sé hija, pero se me eriza la piel de tan sólo saber que sí.

-       Madre tengo miedo, no he dejado de tenerlo desde el primer día que pasaron estas terribles cosas. ¿Por qué no le hacemos caso a papá y nos vamos de aquí?
-        Al principio me daba más miedo el irme de aquí y empezar de cero en otro lugar, pero ya pienso que sí hija, que sí es lo mejor.
-        Escucha madre, Flavio está ladrando y meneando la cola, papá ya está llegando.
-        Es lo único para lo que sirve ese perro
-        Ay madre, deja ya al pobre de Flavio, es un pan de dios ese animal.
-        Eres idéntica a tu padre con los perros y animales en general.

El mandamás de la familia entró a la casa y subió por la escopeta, traía en la cintura su revólver pero aún así consideraba no era suficiente. Bajó y les dijo:
-        Empaquen sus cosas y vámonos de aquí.

-        ¿Qué pasa Ramón? Me asustas, ¿más muertes?
-        Esto ya se está convirtiendo en algo fuera de toda proporción bíblica mujer.
-        Han asesinado al padre Casimiro.
La señorita Leyton tiró el plato con comida que traía en la mano y se llevó las manos a la boca en gesto de quedar sorprendida, su madre mordió el nudillo de su dedo índice derecho y se recargó en la pared.

Por dentro la señorita Leyton reía, sólo fingía estar aterrorizada, sabía que el final estaba cerca y que el mal ganaría la batalla.

-        ¿qué vamos a hacer Ramón?
-        Eso es lo de menos, en la cantina también masacraron a 13 hombres
-        ¿quéeeeee? Exclamó Socorro, así se llamaba la madre de la señorita Leyton, ¿cómo es posible? ¿13? ¿Pero qué clase de ser humano haría eso?
-        Ningún humano madre, es el poder de Satanás que ha decidido asentarse en este lugar.
-        Cállate Katherine, dices puras estupideces
-        Contrólate mujer, la niña tiene algo de razón, esto es obra del maligno.
-        ¿Quedó muy mal el padre Casimiro, Ramón?
-        Sí, lo destriparon y le cortaron la cabeza.

El silencio se apoderó del momento, los Leyton no sabían qué hacer o pensar, decir o actuar, bueno, la diabólica señorita Leyton solo fingía.

El obispo llegó a Viesca, con Cudberto lo recibió y lo preparó para la macabra escena, al entrar a la iglesia el hedor a sangre era insoportable, cuando vio el cuerpo del jerarca católico se desmayó.

En la oficina del alcalde, el obispo exigía razones sobre lo sucedido al padre Casimiro y las demás personas, y reafirmaba el diablo estaba metido en tanta masacre. Le exigió Gonzalo que mandara sacar a todo el pueblo y quemar todas las viviendas, que nadie volviera a Viesca, que nadie pase por Viesca, que se clausuren todos los caminos, que todos olviden que un día este pueblo maldito existió.

Gonzalo no estaba del todo de acuerdo, le recriminó su pensar, le dijo que trajera gente del Vaticano y que hicieran un exorcismo al pueblo o algo por el estilo. La reunión duró toda la tarde y no llegaron a un acuerdo.

En la casa de los Leyton seguían alistando las cosas para irse ya, sólo pasarían una última noche allí, todo estaba prácticamente arreglado para partir a quién sabe dónde al amanecer.

El demonio decidió salir, caminar por la noche, encontró a un pregonero y le sonrió, el policía se acercó y le dijo que no eran horas de estar en la calle, el peligro es latente y cualquier cosa puede suceder.
-        Solo quería tomar el fresco oficial, me siento muy asfixiada en casa con puertas y ventanas cerradas.

-        Pero es lo mejor señorita, uno ya no sabe cuándo atacará la bestia.
-        ¿No le da miedo estar solo con su caballo oficial?  
-        Mucho, pero es parte de mis obligaciones.

La señorita Leyton se mordía el labio inferior, coqueteaba con su víctima, le sonreía y le tomaba del brazo. No hay que repetirlo, pero su belleza cautivaba.
-    Me gustan los hombres fuertes, dijo coqueta, pero también me gustan dóciles, para manejarlos a mi antojo.

-        Jajajajaj yo soy fuerte, pero no dócil, conmigo nadie puede.
¿Tú crees? Le dijo el ser demoníaco mientras le abría la espalda y le sacaba la espina dorsal, lo montó en el caballo e hizo andar al animal.

El alcalde vivía cerca, se asomó por la ventana y vio la brutal escena del policía. Tomó sus cosas, a su familia y se fueron para siempre de Viesca.

-        Ramón, Ramón, la niña no está en casa
-        ¿Qué dices?
-        No encuentro a Katherine por ningún lado.
-        No puede ser, dónde se habrá metido esta canija desobediente.
-        ¿Por qué ha salido?

-        Debemos encontrarla pronto, y si es posible, largarnos de noche, da lo mismo estar encerrado o afuera, nadie está a salvo.